Hay que matar a Lázaro

Los príncipes de los sacerdotes habían resuelto matar a Lázaro, pues por él muchos judíos se iban y creían en Jesús (Jn. 12, 10).
Queridos hermanos, quien haya conocido y experimentado los abismos de amor del Sagrado Corazón de Jesús, ¿puede callar? Aquel sordo mudo a quien el Señor sanó, y le impuso silencio, no pudo dejar de contar las maravillas que el Señor hizo con él. Así Lázaro, el hermano de Marta y María. Qué no diría de Jesús, con qué fervor no hablaría, con qué seguridad no se mostraría ante los judíos, que a tantos de ellos convertía a la verdadera fe, a ser seguidores de Jesucristo. Tantos tuvieron que ser, y tanta la influencia de Lázaro, que los príncipes de los sacerdotes resolvieron darle muerte, como así hicieron con el Maestro. No lo consiguieron matar, y una tradición dice que llegó a ser el primer obispo de Chipre.
¡Hay que matar a Lázaro!, se dijeron aquellos corazones hipócritas y endurecidos, que no podían permitir que los seguidores de Jesucristo aumentaran en tan gran número. Así ha sido a lo largo de la historia de la Iglesia. ¡Cuántos mártires por haber convertido a la verdadera fe de Cristo a quienes profesaban una falsa creencia! El perverso espíritu de aquellos príncipes de los judíos ha permanecido a lo largo de generaciones, es la semilla del mal que no se puede extirpar y que no deja de dar envenenado fruto: ¡No se puede permitir que haya nuevos Lázaros que conviertan con tanta eficacia a la verdadera fe y verdadera religión, la católica!
¡Hay que matar a Lázaro!, es decir, ¡hay que desacreditar a esos eclesiásticos que predican la verdad de la fe, que no se doblegan al sentir de una mayoría que quiere contemporizar con el mundo, demonio y carne! ¡Hay que matar a Lázaro!, es decir, ¡no hay que permitir que se propaguen las ideas de los que, fieles a las enseñanzas de la tradición, defienden la verdad inmutable! Los tiempos modernos y el hombre de hoy, dicen para sí los enemigos de la verdad secular de la Iglesia, requieren una nueva moral y una nueva creencia; y por ello no pararan en su empeño de hacer callar a quienes viven y defienden la fe tradicional de la Iglesia.
Queridos hermanos, dichosos aquellos que con los ojos cerrados, y humildemente, se arrojan en los brazos del Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, porque nada desean más que conocer lo que se debe hacer por Dios, y nada pueden temer más que no saber aquello que Dios les pide. Quien descubre la nueva luz de la santa Ley de Dios, salta de alegría como el avariento que descubre el tesoro de su vida. El verdadero cristiano vive en la divina Providencia y sólo quiere aquello que le sucede en su vida, y nada desea de lo que le falta en ella.
El verdadero cristiano no teme darse a Dios completamente, sin reservas, porque quiere ser inmensamente feliz; no teme amar la voluntad de Dios en todas las cosas, porque encontrará valor para sobrellevar las cargas más pesadas; desea recibir todos los consuelos necesarios del ejercicio del amor de Dios; no teme desprenderse de las pasiones que le hacen miserable y desdichado. Desprecia todo aquello que le impide entregarse entera y plenamente a Dios.
Esta fue la fe de Lázaro, le fe que le impelía a hablar y a hacer prosélitos, y los hacía en gran número porque hablaba desde su propia experiencia de amor divino; porque las misericordias que el Señor hizo con él hablaban por sí solas, y Lázaro no podía reprimirlas. No se pueden callar las maravillas de Dios en el alma, porque uno experimenta la verdad del único Dios, Salvador, Redentor y Creador; es el Dios, Uno y Trino, el único Dios verdadero, y fuera de Él sólo está el error, la falsedad y la mentira.
Sigue hoy la consigna: ¡Hay que matar a Lázaro! ¡No permitáis que nadie haga nuevos prosélitos!, dicen. ¡No hay que convertir a nadie!, siguen diciendo. ¡Hay que respetar todas las creencias porque todas con respetables y buenas, y cada uno ha de seguir la que más le guste según su conciencia!, nos quieren inculcar como “verdad”. Aquellos príncipes de los judíos si ya no piden lo mismo que entonces, sí buscan acallar y silenciar a aquel que, desde la más acendrada fe, atrae a la verdadera Iglesia a aquellos que viven alejados de ella, o profesando una falsa religión.
Queridos hermanos, hemos de resistirnos a esta consigna, tan vieja y tan refinadamente nueva, que busca lo mismo antes que ahora: Que no haya seguidores de Cristo, que no haya una única y verdadera Iglesia, que no haya una única y verdadera fe.
Aquellos príncipes de los judíos no han dejado de tener sus descendientes, que con sus refinados métodos buscan lo mismo que ellos; pero Lázaro tampoco ha dejado de tener los suyos, que como él, no cejan en el empeño de reclutar nuevos prosélitos para la verdadera fe y verdadera Iglesia, siguiendo la consigan del Maestro de id y predicar a todo el mundo.
Ave María Purísima.

P. Juan Manuel,
Gracias por estas reflexiones y que Dios le bendiga.
Sin pecado concebida.