Llamamiento a la confianza en Dios

Estamos viviendo una situación que refleja la crisis angustiosa de toda una sociedad que ha dado la espalda a Dios frente al corona virus.

El problema parece que es el virus, pero ¡ca!, no es el virus, por muy potencialmente letal que se haya presentado. Este brote, aparentemente espontáneo, es un hecho orgánico, como tantos que han afectado a la humanidad a lo largo de los siglos.

Y aunque el virus es apolítico, puede, no obstante, tener consecuencias políticas. Aunque podemos afirmar que mucho más sutil que el coronavirus es el miedo. Una coronafobia está sacudiendo el globo terráqueo. Y observamos pasmados que la reacción ante el coronavirus es únicamente política y laica. Ella nos muestra desgraciadamente una sociedad sin Dios, que ha hecho enfrentarse a la crisis confiando solo en nosotros mismos y en nuestras estrategias. ¡Infelices!

Está visto y comprobado que esta sociedad no acepta la ayuda de Dios. Se mueve y deambula como si Dios no tuviese sentido, significado ni función en la erradicación del Codid-19. Es tal el sentido de autosuficiencia que, en lugar de Dios, se han colocado los inmensos poderes gubernamentales, movilizados, según afirman, por la iniciativa de los científicos desconocidos, cuya voz cantante del Dr. Simón arropada por el Ministro de Sanidad, tratando de controlar cada aspecto de nuestras vidas con la pretensión, sin resultados hasta el momento, de evitar su propagación. Y para colmo, mintiendo más que el propio Doctor cum fraude Sánchez en las sesiones sabatinas, que ya es decir, tratando de convencernos que el poderoso brazo de la ciencia esta luchando, movilizando las finanzas y la tecnología por encontrar dos vacunas, una para paralizar la epidemia saliendo de la situación de alarma, y otra que nos permitirá mitigar en breve los efectos desastrosos de la crisis económica.

Pero, veamos cual es la realidad. Este Gobierno está engañando y mintiendo a los españoles, despreciando a las víctimas y a sus familias, dilapidado recursos económicos en supuestas y extravagantes compras de suministros a nivel internacional, sin resultado alguno. Además, para evitar la crítica y la indignación, ha establecido un cordón mediático y clientelar, subvencionado con el dinero de todos los españoles, para trasladar una imagen distorsionada de la realidad, a través de un aparato de propaganda donde el mensaje adánico y hasta bobalicón entrando en nuestros hogares a través de los monopolios de la información, tanto públicos como privados. Y además seguimos confinados y todos esos argumentos que nos cuentan de esfuerzos humanos, de mascarillas importadas, de medidas examinadoras, de todos los esfuerzos humanos que están poniendo para resolver el problema, no han producido los resultados deseados. No, los intentos actuales nos han decepcionado. Lo peor del caso es que, de tanto mentirnos, han dejado de ser creíbles. España está parada porque ha sido obligada a detenerse por prorrogas quincenales y sin una fecha definida para el término de la crisis.

Y para colmo la Jerarquía de la Iglesia, salvo honrosas excepciones, nos ha dejado solos para que en soledad podamos mitigar el aislamiento que humanamente estamos soportando. Razones, tan aterradoras, por las que estamos solos ante el peligro.

Como vemos el virus, aunque no tenga una dimensión religiosa, es también religioso. El coronavirus ha llegado en el preciso momento en que la mayor parte de la sociedad piensa que no necesita a Dios. Para esa gran mayoría, Dios ha sido reemplazado hace mucho tiempo por (permítanme la expresión) la bragueta y la cuenta corriente. Los placeres modernos afirman que no hay necesidad del Cielo. Los vicios postmodernos no proclaman el temor al Infierno.

El crucero Zaamdam

Y, sin embargo, el coronavirus tiene la extraña habilidad de convertir nuestros paraísos materiales en infiernos. El crucero Zaamdam, símbolo de todas las delicias terrenales, lleva infestado a 1800 pasajeros sin encontrar puerto que los reciba, convirtiéndose en una prisión infectada para los viajeros que hacen todo lo posible por abandonarlos. Aquellos que han hecho del fútbol su dios, ahora encuentran estadios vacíos y torneos cancelados. Aquellos que adoran el dinero ahora encuentran sus billetes contaminados y recluidos en cuarentena. Los adoradores de la educación miran cabizbajos sus escuelas y universidades vacías. Los devotos del consumismo se enfrentan a los estantes desabastecidos en los supermercados. El mundo que adoramos se está derrumbando. Las cosas por las cuales nos gloriamos, ahora están ruinosas.

Un minúsculo microbio ha derribado los ídolos, sus pedestales ya no son estables, ni poderosos, ni duraderos. Y, sin embargo, sus incondicionales siguen de rodillas ante ellos. Gastarán billones de euros, con la vana esperanza de reparar esos ídolos rotos. Y aun insistimos en que no necesitamos a Dios.  Sí, hemos de reconocer que el vacío de Dios es el aspecto peor de la crisis del coronavirus. Ya es suficientemente malo que Dios sea reemplazado o ignorado. La verdad es que se ha dado un paso más allá. Dios ha sido desterrado de la escena; le han prohibido actuar.

Entre las medidas draconianas decretadas, los funcionarios del gobierno están prohibiendo el culto público por orden del ministro Marlaska. En la catedral de Granada las fuerzas de orden público desalojo a 20 fieles. Se han prohibieron las misas, la comunión y la confesión. La Iglesia y sus sacramentos sagrados son considerados una ocasión de contagio, tratados como si fuesen un evento deportivo o un concierto de música.

A su vez, los medios de comunicación se burlan de la Iglesia, alegando que incluso Dios ha sido puesto en cuarentena.

¿A dónde hemos llegado? No se quiere reconocer que el hombre está compuesto de cuerpo y alma, y que ésta al igual que el cuerpo necesita se curada. Pero nos han privado de los sacramentos, exactamente cuándo más los necesitamos. Van más allá de lo que los gobiernos piden, hasta el punto de vaciar las fuentes de su agua bendita y reemplazarlas con dispensadores de desinfectante. Desalientan los funerales. Cierran los templos.

No tiene sentido desterrar a Dios de la lucha contra el coronavirus. En tiempos de calamidades, las oraciones de comunidades enteras pueden ser elevadas pidiendo a Dios que venga en ayuda de una sociedad pecadora que necesita Su misericordia. La historia da testimonio de que estas oraciones a menudo han sido escuchadas. Un solo padrenuestro bien rezado es mas eficaz que los aplausos unánimes de las ocho. Es hora de recurrir a Dios, quien solo puede salvarnos de este desastre.

De hecho, la crisis del coronavirus es una llamada a rechazar nuestra sociedad impía.

Esta crisis amenaza con ir más allá de la crisis de salud y desbaratar la economía mundial. Debemos, por lo tanto, preguntar por qué Dios es reemplazado, ignorado y desterrado. Es hora de recurrir a Dios, quien solo puede salvarnos de este desastre.

Recurrir a Dios no significa ofrecer una oración simbólica o celebrar una procesión con la esperanza de volver a la vida de pecado y placeres intemperantes. Sino que ha de consistir en una oración sincera, previo el arrepentimiento, sacrificio y penitencia como la solicitada por Nuestra Señora en Fátima en 1917.

Volverse hacia Dios presupone una enmienda de la vida frente a un mundo que odia la Ley de Dios y se precipita hacia su destrucción. Significa actuar como siempre lo hemos hecho los hijos de la Iglesia, con sentido común, sabiduría, caridad, pero, sobre todo, fe, confianza y arrepentimiento. Todos estos remedios católicos, llenos de consuelo y cura, están a nuestro alcance.

Ahora bien, recurrir a Dios no significa que neguemos el papel del gobierno en el manejo de emergencias de salud pública, ni a los científicos su investigación.  Lo que decimos es que la fe debe ser un componente importante de cualquier solución. Dios está con nosotros. Debemos confiar en el Santísimo Sacramento, que es la Presencia Real de Dios en el mundo, del Dios que nos creó y que providencialmente nos sustenta. En tiempos de calamidad, las oraciones de comunidades enteras pueden ser elevadas pidiendo a Dios que venga en ayuda de una sociedad pecadora y arrepentida que necesita Su misericordia. La historia da testimonio de que estas oraciones a menudo han sido escuchadas. Deberíamos recurrir a la Madre de Dios, la Santísima Virgen María, la Salud de los Enfermos y la Madre de la Misericordia. Como una madre, ella brinda consuelo y esperanza en los momentos de oscuridad. Ella nos recuerda que no estamos solos y que siempre debemos recurrir a Dios. No tiene ningún sentido desterrar a Dios de la lucha contra el coronavirus.


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